Si Dios nos diera a escoger una sola cosa, ¿qué escogeríamos? Me imagino que nuestra mente pasaría por un sinnúmero de cosas considerando su valor, su impacto sobre nuestra vida, su durabilidad. Sentiríamos el tironeo de nuestra naturaleza buscando aquello que sacie el espectro completo de nuestros apetitos físico; buscando aquello que nos dé afluencia, gratificación, reconocimiento, poder, y un fuerte sentido de pertenecer.
Tal vez reclamaríamos, preguntando: —¿Por qué sola una cosa cuando hay tantas de dónde escoger? Pronto nos seríamos consumidos por el mundo material sin considerar el mundo espiritual. Jesús, en una de sus parábolas, expuso el dilema de un hombre cuya herencia había crecido mucho.
Al analizar su fortuna se dio cuenta que sus graneros habían quedado chicos por lo que dialoga consigo mismo, diciendo: —¿Qué haré ya que no tengo donde guardar mi grano? ¡Ah! Esto haré. Derribaré mis graneros y los edificaré más grandes y luego le diré a mi alma: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate.
Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lucas 12:19-21). Entonces, ¿qué es lo que verdaderamente vale, lo temporal o lo permanente, lo transitorio o lo eterno, la vida eterna o la muerte eterna? Si la vida eterna fuere una de las opciones sobre la mesa, esa sería la más viable por muchos. Pero, tú, ¿qué escogerías?